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EL MISTERIO DE COLORES

 

 

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Antes de leer:

¿Conoces algo de la cultura china?



¿Sabes que en la China se inventó la pólvora, principalmente para los fuegos artificiales?

Nivel MCER: B1+, B2

Edad recomendada: A partir de los 10 años.

¿Te gustan los fuegos artificiales? ¿Qué tal si observas el siguiente vídeo de una ceremonia en China y nos das tu opinión?



Esta es una versión moderna de  un espectáculo de fuegos artificiales, el cuento que aquí te presentamos El misterio de colores, se sitúa mucho tiempo atrás, alrededor del siglo XII y nos muestra una mirada mágica de este espectáculo y su componente fundamental: La pólvora.

Este cuento es un poco más extenso que el anterior, por ello te daremos algunas palabras claves para que puedas comprender el sentido del texto y disfrutarlo a profundidad, tienes que tener en cuenta que es una gran excursión y por ello se describen muchos paisajes que los personajes cruzan en su camino. 

Rumor: ruido continúo, un hecho que pasa de boca en boca y que se puede tomar por cierto.

Imperio: es un estado, en el que gobierna un emperador, y se ubica en un territorio determinado.

Provisión: Conjunto de alimentos.

Frondosa vegetación: muchas plantas grandes, por ejemplo un bosque o una selva. 

Venerable: persona que merece un respeto especial.

Bambú: planta delgada y larga, muy común en la China.

Inquebrantable: que no se puede quebrar. 

Y para terminar una expresión o frase hecha:

Antes de que caiga la noche: es decir, antes de que anochezca. 


Ahora ¿Te gustaría ubicar geográficamente dónde se desarrolla la historia? Explora un poco con Google Maps para que te hagas una idea de las descripciones de los paisajes que se hacen en el cuento. ¿ A qué esperas? 

Para facilitar tu lectura te daremos una pequeña guía:
 

Ahora que estás preparad@ y entusiasmad@ para iniciar la lectura, dale rienda a tu comprensión y recuerda que aquí tienes un audio que te guiará a través de la historia si quieres usarlo. 

Un rumor se había esparcido por todo el imperio. Los aldeanos decían que algo sorprendente y magnífico había sido creado, algo tan fantástico que de seguro cambiaría nuestras vidas por completo.
Cerca a la inmensidad del río color mostaza llamado Ho, los habitantes del pueblo quedaron maravillados al ver grandes nubes ascender por los cielos, a las espaldas de las montañas, y volar en mil colores resplandecientes. Cada vez que ocurría, nuestras mentes quedaban en blanco y solo podíamos disfrutar del espectáculo, que, lleno de misterios, nos hacía sentir curiosidad.
Una tarde, mientras jugaba  con Xiao y Chin –mis dos mejores amigos– a armar diferentes siluetas con figuritas de colores, decidí contarles mi loca idea:

– ¡Vamos hacia las montañas! Encontremos el secreto de las luces y traigámoslo hacia la aldea.

Chin quedó paralizado por no saber qué decir, pero Xiao, sin pensarlo, gritó 
fuertemente “¡SÍ!”, levantando sus dos manos. Chin siguió pensando un poco la respuesta, pero al ver nuestras caras alegres y entusiastas, no tuvo más que acceder.
– Nos vamos esta misma tarde. ¿No? –Proponía Xiao, bastante entusiasmado.
– Antes de que caiga la noche, estaremos más cerca del secreto –decía Chin, dispuesto a vivir la mejor experiencia de su vida.
Las horas habían pasado, y cuando veíamos el sol tornarse de color anaranjado en lo alto de los cielos, gritamos todos juntos: ¡Vámonos de viaje!
La idea inicial era seguir por todo el borde del río, ya que así encontraríamos, además del secreto, tantas cosas de las que los ancianos de la aldea nos contaban todas las noches: osos peludos y juguetones, espesos bosques de ramas tubulares y hermosos campos de arroz que se extendían por todo el horizonte.

Comenzamos a avanzar. Caminamos rápidamente aprovechando el brillo del sol que aún seguía reflejándose en las aguas del río. Continuamos así por un largo tiempo, hasta que la luna gorda nos obligó a buscar refugio. Paramos nuestra caminata y buscamos un buen lugar para descansar cerca al río, con el que tendríamos alimento y una provisión infinita de agua para refrescarnos.
 
Miré a Xiao y le dije:

-  Prepara una pequeña choza.

Entre tanto le pedía a Chin que me acompañara al río por unos peces. Había recogido unos palos con los que pude hacer unas lanzas puntiagudas que nos serían de gran ayuda. Minutos después, y habiendo trabajado muy duro, estábamos disfrutando de un buen pescado caliente sentados al lado de la pequeña choza.




Entre tanto le pedía a Chin que me acompañara al río por unos peces. Había recogido unos palos con los que pude hacer unas lanzas puntiagudas que nos serían de gran ayuda. Minutos después, y habiendo trabajado muy duro, estábamos disfrutando de un buen pescado caliente sentados al lado de la pequeña choza.


–Miren hacia arriba – Chin nos estaba señalando el espectáculo de colores brillantes que volvía a suceder tras la montaña. De nuevo las luces y colores nos volvían a maravillar. Esta vez no duró mucho el espectáculo, porque cansados de la caminata, a medida que terminábamos nuestra comida, preparábamos todo para dormir. Las luces nos brindaron el abrazo de buena noche, y las seguimos viendo en los sueños que tuvimos aquella noche.

A la mañana siguiente nos lanzamos todos al río. Jugamos un rato mientras nos bañábamos. Luego fui a buscar unas bolas de arroz que había guardado junto con otras provisiones. Las serví y todos comimos rápidamente, para así, continuar con nuestra misión. Teníamos las energías renovadas y un espíritu de conquistadores inquebrantable. La ruta que habíamos escogido era fantástica, porque conforme íbamos avanzando, descubríamos nuevos y hermosos paisajes, animales extraños y una gran cantidad de frutos deliciosos que recogimos para comer durante el camino.

– ¿Qué es eso tan extraño?  –Se preguntaba Chin.
– Parece una montaña, pero tiene una forma que no conozco –Respondía yo, con el mismo asombro de Chin.
El pequeño Xiao, quien había permanecido en silencio durante la caminata, nos dio la respuesta que necesitábamos:
– Niños, es simple. Aquello es el pico de una montaña, que al ser tan alta tiene nieve en su punta.
Nos impresionamos con la respuesta, ya que nunca habíamos oído hablar de algo parecido. Para nosotros, las montañas siempre habían sido verdes, llenas de una frondosa vegetación.

Al terminar nuestro momento de asombro, continuamos el recorrido, atravesando campos de arroz, lagunas claras, y en otros momentos, unas extensas planicies en donde los aldeanos de la zona cultivan el algodón. Allí estuvimos a punto de quedarnos a descansar, porque sus vientos refrescaban nuestras cabezas ardidas por el sol. Aquellos agricultores nos ofrecieron permanecer allí y reposar un poco, pero Xiao nos animó a continuar diciendo “vamos, vamos… ¡Falta poco!”.
El camino se iba haciendo más corto, eso lo podíamos notar. Desde que los ancianos nos contaban aquellas historias de viajes, de rutas de seda y  conquistas, nuestro sueño era recorrer el territorio del Tang. Tal vez los rumores fueron solo la justificación que necesitábamos para iniciar el viaje.

Pronto, al irnos acercando a aquella montaña misteriosa, nuestros corazones latían cada vez más fuerte y sentíamos cosquillas por todo el cuerpo. La impaciencia se apoderaba de nosotros, estábamos decididos a conocer lo antes posible el  misterio de colores que vivía oculto tras la montaña.
Mientras caminábamos por los últimos trayectos, pudimos notar unos fuertes y extraños olores provenientes de esa montaña ubicada a unos metros de nosotros. Así que corrimos con todas nuestras fuerzas para llegar a ese sitio, tapándonos las narices para evitar respirar ese olor. Ya allí, y habiendo recorrido los metros faltantes en pocos segundos, encontramos un territorio vacío, plano, con una pequeña choza y una caldera hirviendo ubicada a un extremo del río.
 
            – Aquí no vive nadie –decía Chin decepcionado.
 
            – No creo. Debemos buscar bien. Nadie deja eso abandonado –Xiao se refería a unos montículos de tierra de colores que había por todos  lados, unos grandes de color marrón, otros pequeños de una tonalidad grisácea y muchos diminutos algo blancuzcos.
 
Decidimos caminar y explorar ese lugar, revisando esas montañitas de tierra y tratando de descubrir lo que eran. Xiao se aventuró a buscar dentro de la choza, y Chin revisaba la tierra de color marrón, oliendo y tocando cada pila, y yo, corriendo en círculos, revisaba toda el área en busca de alguien que pudiera saciar nuestra curiosidad, satisfecha a medias, por este extraño paisaje.
 
            –Hola niños, los estaba esperando –sorprendidos miramos para atrás y vimos a un anciano que sostenía un bastón mientras caminaba. Tenía barbas largas y blancas, cabello gris y unos grandes anteojos. Tenía una voz ronca, pero trataba de hablarnos suavemente para no asustarnos.
 
            – ¿Quién es usted? –Preguntaba Xiao.
 
            – ¡Sí! ¿Quién es usted y por qué nos esperaba? –Chin trataba de hacer hablar al anciano, y en sus palabras, habían toques de ansiedad y curiosidad.
            
 
El anciano calló, y nosotros nos acercamos cada vez más. Quizá él tenía las respuestas que estábamos buscando, o posiblemente conocía algo del misterio.
 
            – No le tenemos miedo. Díganos quién es usted –Chin preguntaba algo alterado, por lo que tuvimos que sentarlo sobre una piedra para que se tranquilizara un poco.
 
            –Niños, niños. No tengan miedo, yo sé quiénes son y a qué vinieron –continuaba el anciano–. Vengan conmigo y les mostraré algo que les encantará.
 
            Ansiosos e intrigados, seguimos a ese amable anciano en su caminata. Pasó cerca a la choza, caminando hacia la derecha hasta llegar a la caldera. Paró, y de allí sirvió té en unas vasijas de cerámica blanca. Nos ofreció un poco, y al probarlo todos dijimos “¡Está delicioso!”. Su dulce sabor refrescó nuestras bocas sedientas.
 
            Continuó caminando, devolviéndose hacia la choza, y nosotros detrás, yendo lentamente como si estuviéramos contando cada uno de los pasos.
 
            – Todavía no saben qué es eso. ¿Cierto? –preguntaba el anciano, señalando los montecillos de tierra – Déjenme les explico – dijo, caminando hacia la choza. Nos pidió que lo esperáramos afuera, que allí él nos iba a mostrar la maravilla. A los segundos volvió a salir, pero en sus manos traía un tubo largo y unas tiras negras.
 
            – ¿Qué es eso? –Preguntaba Xiao.
 
            El anciano no pronunció una sola palabra. En silencio caminó hacia las pilas de tierra de colores, tomando un poco de cada una e introduciéndolas en un tubo largo de bambú mientras hacía presión hacia el fondo.
 
            No entendíamos qué estaba haciendo ni tampoco queríamos preguntar. Era obvio que él sabía lo que hacía, porque, en definitiva, era un anciano y su sabiduría era incuestionable.
 
            Volvió a añadir un poco más de esa misteriosa tierra de colores al tubo. En ese momento, ya sabíamos de donde provenía el olor extraño que empezamos a sentir al acercarnos a la montaña.
 
            – ¡Ese es el olor! gritaba Xiao entusiasmado, quien no podía mantenerse en silencio.
 
            – ¡Shh! Déjalo hacer su trabajo –Le decía Chin, golpeándole suavemente el brazo con su codo.
            El venerable anciano tomó una tira negra que se encontraba dentro de un saco, y la ubicó en la parte de abajo del tubo, introduciéndola por un agujero diminuto.
 
Paró el tubo y se fue acercando a nosotros.
 
            – Bueno, jovencitos –decía–. Están a punto de presenciar algo extraordinario. Por favor, todos acuéstense y miren hacia el cielo.
 
            Encendió una mecha que se consumía mientras llegaba al tubo. Unos segundos después, todo fue mágico: Millones de destellos de todos los colores estaban adornando el cielo. Líneas rápidas de tonos azules, círculos rojos como el fuego, y unas bolas que al ascender se hacían inmensas.
 
            No podíamos creer cómo esa tierra extraña y olorosa pudo haber creado algo semejante. Por unos minutos continuó ese hermoso espectáculo de nubes que destellaban. Estábamos sin palabras, boquiabiertos acostados en la grama, queriendo que ese momento fuera eterno.
 
            Antes de que acabaran todos los destellos, el anciano tomaba puñados de tierra de diferentes colores y las guardaba en unas bolsas que tenía en su túnica.
 
            –Tomen, es para ustedes–nos explicaba–. Ya que conocen el secreto de la montaña, estoy seguro que le darán un buen uso.
 
            Felices corrimos a recoger las bolsas que el anciano nos entregaba. Mis manos temblaban y en mi rostro se había dibujado una sonrisa imposible de borrar.
 
            – Ahora corran. ¡Váyanse! En su aldea los esperan con ansias –el anciano levantaba su bastón y señalaba el camino a casa. Caminamos hacia él, y antes de partir, le dimos un gran abrazo en señal de agradecimiento.
 
            – ¡Cuídense mucho, niños!
 
            Iniciamos nuestro recorrido de regreso a casa. Esta vez los ánimos estaban por los aires y nuestra energía había sido revitalizada. Fuimos afortunados al conocer el gran misterio de colores y ahora teníamos que contárselo a todos en la aldea.
 
            Caminando y caminando, volvíamos a pasar por los inmensos cultivos de arroz, por las plantaciones de algodón en donde saludamos a los campesinos de la zona. Agitamos nuestras manos y seguimos nuestro camino. Luego, más adelante, encontramos el río tranquilo, como también la choza que había hecho Xiao, la cual se encontraba en las mismas condiciones.
 
            – ¡Miren, amigos! – les decía, señalando a las montañas con picos de nieve que se asomaban a lo lejos. Esta vez sí sabíamos que era, por lo que reímos a carcajadas.
 
            – ¡Más rápido! –motivado nos decía Xiao, quien no veía la hora de llegar a casa para contarle a su familia las aventuras que vivimos.
 
            Poco a poco íbamos llegando a la aldea. A lo lejos podíamos escuchar gritos y música. El pueblo estaba de fiesta. Corrimos tan rápido como pudimos, teniendo como punto de referencia a una figura de dragón que adornaba la entrada de la aldea. 
– ¡Llegamos! –cansados de tanto correr, nos encontrábamos en el portón de la aldea, debajo del dragón, esperando a recuperar las fuerzas para encontrarnos con los demás.
 
            Caminamos hacia el tumulto y el bullicio. Cuando el pueblo se encontraba de celebración, en las fiestas de primavera, repetimos lo que el anciano nos enseñó: buscamos un tubo grande, al que rellenamos con las arenas de colores, pusimos la tira negra en un extremo y le dimos inicio a la celebración. Al encender el tubo, la magia que pudimos presenciar había vuelto. Todos en el pueblo se detuvieron por unos segundos y voltearon su vista al cielo. Estaban sorprendidos por las luces, los colores, las figuras y los sonidos… Por tener tan cerca el misterio de colores que tanto los había maravillado. 
 
            Al terminar el espectáculo, aplaudimos y nos abrazamos emocionados… Era el mes de febrero y comenzaba para todos un nuevo y feliz año. 

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